lunes, 4 de julio de 2016

Movimiento en alemán se dice Bewegung

Cada tanto Argentina movía los muebles. Daba vuelta la orientación del living, con su Meca en la tele, y el sentido de las cabeceras de las camas. La mesa de luz era una candidata segura a la relocalización, lo mismo el fallido sillón cama. Cambiaba de lugar los adornos, la palomita de cerámica donde antes estaba el poster chino aterciopelado, y rotaba los estantes rústicos obra del tío More que albergaban a su vez más adornos, como la taba o la campana de bronce. Me gustaría poder decir que lo hacía sobre todo cuando tenía problemas, pero ella parecía tener problemas todo el tiempo. Estoy pensando ahora que el despojamiento de los últimos años, que la llevó a desprenderse de cosas como el busto de Yrigoyen, mi libro de Tom Sawyer, la taba y la campana de bronce, pudo tener que ver con esta imposibilidad de fijar un orden en su casa. Algunos ítems rebotaron hasta ser finalmente expulsados.
Me puse a ordenar las bibliotecas. Dormimos donde era el estudio; una pared del dormitorio es biblioteca, la pared que separa nuestra pieza de la de Tilo. No descanso bien con los libros del temita sobre mi cabeza, a la derecha, suspendidos sobre la respiración de mi hijo. Temo que durante la noche se derramen la masacre de Trelew, los desaparecidos de Paine y la contraofensiva montonera sobre nuestros sueños. No soporto la culpa de traer adosado todo esto que no puedo llamar más que El Horror. Sé que no es mi culpa, que nada de esto es mi culpa, que es todo culpa de los milicos, bla bla bla. Alguien que le avise a este sentimiento horrible. Así que me quedo hasta cualquier hora subida a la escalera, franela en mano y estornudando, mientras Jota duerme a Tilo, destematizando la biblioteca del dormitorio matrimonial, limpiándola incluso de libros teóricos de cualquier índole, por las dudas. Y descubro que mi biblioteca sobre el temita es bastante importante, en el sentido de vasta, (en el sentido de ¡basta!), y corro una estantería para hacerles lugar más a mano a los libros de la tesis que en cualquier momento retomo, y una mesa de apoyo va a ocupar el vacío dejado por la estantería que ahora es mi nueva biblioteca laboral, y me acuerdo de Argentina probando el chiffonier contra cada pared y cada ángulo posible del diminuto living comedor de Matienzo y es de esos momentos epifánicos en los que se ve la conexión, el sentido, la continuidad, y no es con enojo esta vez, qué alivio, al menos eso. 

1 comentario:

Candela dijo...

Me gustó mucho esta entrada (yo también muevo cada tanto los muebles por motivos que no comprendo). Me dejó pensando bastante, y voy a vencer la timidez para decirte algo de eso. Creo que los hijos tienen el poder de resignificar de algún modo nuestras historias. Creo además que lo hacen de un modo insólito y libre, inesperado. Como si abrieran de pronto una ventana y entrara todo el viento fresco en nuestra habitación donde el aire se ha estancado. No puedo ponerme en tu lugar, pero todos les cargamos una historia y estoy segura de que Tilo va a devolverte un día la tuya reconvertida en algo que hoy no podés prever.